El sábado se espera una nueva edición de un viejo ritual. Una cola de impacientes e ilusionadas personas esperará a que se abran las tiendas de Apple de EE UU para poder ser los primeros en tener lo último que sale de la factoría dirigida por Steve Jobs, el iPad. Es tal la devoción que en su reinvención ha generado la empresa del Mac que una apuesta, a priori, tan arriesgada como la de este último ingenio -un tablet multifuncional- ya ha generado una lluvia de reservas (el primer día se vendieron 120.000) y un profundo interés y curiosidad por parte de consumidores, analistas, críticos e industria.
El riesgo del iPad, un dispositivo a medio camino entre un smartphone y un portátil, es, fundamentalmente, que tiene que definir cuál es su mercado cuando otros fabricantes de hardware y software como HP, Toshiba y Microsoft lo han intentado antes sin éxito. Es algo que ha pasado en otros sectores y en ocasiones con éxito. El primer automóvil monovolumen se vio con cierto escepticismo porque era un turismo grande que no era un cuatro por cuatro pero en un inicio podría haber pasado por una versión familiar de todoterreno. El concepto híbrido funcionó.